Histórica y lamentablemente, el convertir al enemigo y a los grupos conquistados y marginados en el “Otro” parece ser una práctica
humana, porque remarcar lo que nos divide en vez de lo quenos une y enfatizar las diferencias incomprensibles e infranqueables es
necesario para, primero,señalar su inferioridad y luego, justificar el abuso y el despojo, o bien el paternalismo y la idealización.
Pero cuando el Otro se vuelve más respetado, más comprendido, más valorado y finalmente más reconocible, se torna
menos Otro, y ya no es tan fácil descalificarlo ni despojarlo con una conciencia tranquila, ni tampoco elevarlo a una categoría
sobrehumana. Simplemente, como lo establecen las reglas de cualquier diálogo, nos debemos el respeto mutuo y el trato justo que
le corresponde a todo ser humano, respeto y trato que nos permiten escuchar, reflexionar, dar nuestra palabra y ser escuchados de
la misma manera.
El rarámuri es emblemático del estado de Chihuahua. Sus vocablos nombran restaurantes, casas de cambio, distribuidoras de
productos químicos, hoteles y toda suerte de empresa; imágenes del corredor veloz o del indio estoico se usan para vender
camisetas o viajes y estancias de lujo en la sierra, y muñequitos infantilizados se mercan como recuerdos de un viaje relámpago a
las Barrancas del Cobre, que poco o nada tiene que ver con un contacto cultural real.
El lugar simbólico de honor que se le otorga al pueblo rarámuri dista enormemente del trato real que se le da. Ha sido y sigue
siendo objeto de despojo territorial, objeto de políticas asistencialistas que sacian necesidades inmediatas, pero garantizan una
dependencia prolongada si no eterna. A veces pareciera que el clientelismo de la miseria en verdad beneficia más a las
instituciones públicas y privadas que al pueblo rarámuri. Y hay que decir la verdad: Los megaproyectos forestales han devastado
los bosques que habitan y han cambiado el clima del que dependen, los proyectos mineros rebanan los cerros y contaminan el agua
que beben, los proyectos turísticos se adueñan de su paisaje, dejan una estela de basura o simplemente no le toman en cuenta más
allá de una foto de recuerdo, y los programas de servicios ambientales se van apoderando lentamente de lo que queda de su
territorio y sus recursos, sobre todo del agua. El legado de la colonización, aunado con la apertura del territorio rarámuri al
capital internacional ha generado numerosas quejas, varios procedimientos legales y denuncias nacionales e internacionales que
impugnan dichos proyectos por violatorios de los derechos culturales del pueblo rarámuri. Todo esto ocurre en un clima de
creciente inseguridad y descomposición social que afecta profundamente la vida en comunidad, sobre todo a los jóvenes, muchos de
los cuales empiezan a buscar su futuro en las filas del narcotráfico.
Pero, no obstante tantas dificultades crónicas, hoy por hoy la cultura rarámuri, como lo señalara Carlos Montemayor, sigue con
vitalidad. Los hermosos vocablos de la lengua resuenan en los valles y ahora se publican en libros, el golpeteo del tambor aun
retumba en las barrancas, se tejen wares, sunnú y muní se siembra, pascol se baila, kobisi se comparte y se toma sugui y batari.
La religiosidad del pueblo rarámuri casi siempre ha sido el enfoque
del trabajo