Universidad Nacional Autónoma de México
Programa de Estudios de la Diversidad Cultural y la Interculturalidad
PROYECTO DE RESCATE
Recuperación y catalogación de los acervos hemerograficos: Hoy, Tiempo y La Foja Coleta de San Cristobal de las Casas

En el año 2011, el personal responsable de los Acervos del Programa Universitario de Estudios de la Diversidad Cultural PUIC-UNAM inició diversas labores destinadas al rescate, organización y sistematización de los materiales contenidos en el Archivo Hemerográfico Tiempo, ubicado en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, el cual se encuentra constituido por las publicaciones: Tiempo, Hoy y La Foja Coleta. Dichas publicaciones empezaron a editarse a principios del año 1968 para dar cuenta de los principales acontecimientos públicos relacionados con San Cristóbal de las Casas y el resto de la región, razón por la cual documentan de manera destacada el desarrollo de los movimientos indígenas acontecidos en Los Altos de Chiapas, entre ellos el levantamiento del EZLN.



Tiempo imagen móvil de la eternidad.
José Reveles


Recuperación y catalogación de los acervos hemerográficos de Tiempo,
Hoy y La Foja Coleta
Concepción Villafuerte

El Programa Universitario de Estudios de la Diversidad Cultural y la Interculturalidad de la UNAM, que organizó este evento, nos ha dado la oportunidad de compartir con ustedes, estos momentos que para nosotros son muy importantes.

El trabajo que realizó el personal de esta Institución, durante largos períodos en los cuatro años que se llevó a cabo el rescate del archivo, escudriñaron hasta el último rincón del viejo taller de la imprenta de TIEMPO; entre montones de periódicos viejos, abandonados por más de 20 años, llenos de polvo y alimañas, esos papeles son los ejemplares que ahora lucen en una encuadernación de lujo y que permanecerán para consulta de investigadores, estudiantes y personas que les interese la comunicación.

El PUIC- UNAM, nos hizo entrega del acervo para que también en San Cristóbal de Las Casas, en el mismo taller donde fueron impresos, puedan ser consultados.

Nuestro profundo agradecimiento al personal de esta Institución que participó en este trabajo, a su Director etnólogo José del Val Blanco, a los investigadores doctor Miguel Ángel Rubio, doctor Nemesio Rodríguez y los colaboradores especializados, Meztli Martínez Spinoso, Michelle de la Rosa, Alba Jiménez, Noé de la Rosa, Ana Zaragoza, Rodrigo Vargas, Abigail Villagómez; así como a Diana Isela Torres -Velázquez y Ángel Sánchez Aguilar. Gracias nuevamente.

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Cuando Amado Avendaño Figueroa se le ocurrió editar un periódico, con la tecnología que se usaba en los años 60, del siglo pasado, no teníamos la menor idea de lo que significaba.

Poco a poco nos fuimos involucrando en la tarea de escribir, imprimir, difundir noticias de los acontecimientos que para la sociedad sancristobalense eran relevantes.

La ciudad donde se fundó TIEMPO, era una comunidad cerrada debido al aislamiento en que había permanecido durante 440 años, en esa época no existían radiodifusoras, ni televisión, apenas había llegado el teléfono, en el que para hablar, había que descolgar la bocina y en ese momento se escuchaba la voz de la operadora que decía: Central, ¿a qué número desea hablar? Se le indicaba el número y, ahí en la oficina de teléfonos de México, conectaban unas clavijas a un tablero para que se pudiera establecer la comunicación, la telefonista tenía la opción de escuchar –si así lo quería- toda la conversación.

Durante los primeros años, la nota más relevante era la de sociales, bodas, bautizos, cumpleaños. A mediados de los años 70, las noticias de lo que ocurría en la ciudad, fueron tomando otra visión, por primera vez en la historia, se realizó el primer Congreso Indígena en cuatro lenguas nativas, tzeltal, tzotzil, chol y tojolabal, fue un acto que dejó a la sociedad perpleja, aunque los comentarios que se hacían eran en voz baja, con temor; “los indios habían entrado a la ciudad”, fue un hecho era insólito.

En los mismos años, comenzaron a darse las expulsiones en el municipio de Chamula, eran actos crueles en los que los caciques del pueblo sacaban a los pobladores de sus casas a golpes y amarrados, los transportaban hacinados en camiones de carga y los llegaban a tirar como bultos en la periferia de la ciudad, sin más pertenencias que la ropa que tenían puesta. El conflicto aparentemente era por profesar la religión evangélica.

La historia de las expulsiones indígenas, está en muchas páginas de TIEMPO.

Para los años 80, los conflictos en los pueblos indios rebasaban fronteras, la matanza de Golonchán, la represión del gobierno a indígenas y campesinos por las invasiones de tierra, el problema agrario que aún continúa y que fue en aumento hasta que llegó 1994 con el alzamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. La matanza de Acteal, Chavajeval, Unión Progreso, entre otras muchas tragedias que trascendieron y ameritaron recomendaciones de la CNDH; están escritas en las páginas de TIEMPO.

Estos y muchos otros temas relacionados con la problemática indígena fueron noticia de primera plana en la mayoría de las ediciones.

Ahora, el centenar de volúmenes que se encuentran recuperados, son historia y permanecerán gracias a la dedicación y el trabajo del personal de esta Institución.

Gracias a todos.

Concepción Villafuerte,
6 de febrero de 2015.

Los tiempos del Tiempo
Elio Henríquez

Sólo quienes han trabajado o tenido contacto directo con una imprenta o un taller gráfico saben que el olor a tinta es imborrable, que se mete en las venas y nos marca para toda la vida, para bien o para mal.

Huyendo de la guerra en El Salvador, el destino me llevó en la década de 1980 no a los Estados Unidos de indocumentado como era mi deseo inicialmente, sino a los talleres gráficos del periódico Tiempo en San Cristóbal de Las Casas, lo que marcó mi vida, pues trabajar en ese sitio fue una experiencia enriquecedora y formadora.

De imprentas sabía hasta entonces sólo que Gutenberg la había inventado y seguía soñando en mi frustrada vocación de futbolista profesional.

Al llegar me encontré con una máquina llamada linotipo, inventada cien años antes por el alemán Mergenthaler, que había revolucionado las artes gráficas, convirtiéndose en “una de las maravillas de los tiempos modernos”, según Thomas Alva Edison, pero que para entonces estaba por desaparecer.

El oficio de linotipista había sido muy importante y en su momento quienes se dedicaban a esta labor pertenecían a un selecto grupo, generalmente culto, que por lo regular acudían a trabajar en los grandes diarios del país con traje, sombrero y gabardina. A veces se daban el lujo de corregir los textos de algunos reporteros.

Con una de estas extraordinarias máquinas, poco conocidas ahora por las nuevas generaciones de las redes sociales, comenzó a hacerse en la década de 1980 el Tiempo, con lo que se dio un salto en la impresión del periódico, que hasta entonces se armaba con tipo movible, letra por letra, aunque en las grandes urbes ese sistema era ya obsoleto.

Fue en los talleres del Tiempo donde comencé a impregnarme de tinta las manos, el alma, la vida toda. Primero como compaginador, formador de planas colocando los lingotes de metal y clichés y luego como impresor.

Después pasé al linotipo en el que a diario transcribía las notas enviadas por los reporteros y colaboradores, que los lectores tendrían en sus manos el día siguiente. Copiar todo el material que conformaba el periódico resultó ser una escuela invaluable para aprender o mejorar la ortografía y la redacción.

De este modo, se alimentó la inquietud de ser reportero, de redactar las notas, de tener contacto con las fuentes de información, ya no sólo de transcribir las denuncias. Casi de manera inconsciente se fue develando la vocación por el periodismo y marcando el derrotero.

Fue así como en las noches de desvelo en los talleres del Tiempo, reflexionando acerca del “Viaje a Ítaca”, soñaba con que una grabadora y una pluma podrían sustituir a un balón o un trabajo como migrante en la casa misma del imperialismo estadounidense.

El contacto con un grupo de jóvenes e inquietos periodistas encabezados por Juan Balboa que llegó a Chiapas después de 1985 avivó los deseos de dar el salto de linotipista a periodista, lo que posteriormente abrió las posibilidades para la corresponsalía de La Jornada en San Cristóbal de Las Casas.

Ahora, como entonces lo aprendimos en el Tiempo, creo que el periodismo implica un indeclinable compromiso social y no sirve de mucho si no está al servicio de la sociedad, de quienes lo necesitan y de quienes no tienen voz para que las autoridades o quien sea atiendan sus demandas, sus necesidades, sobre todo los sectores más marginados; que sólo la denuncia pública puede hacer visibles a los invisibles y frenar de cierta forma los abusos del poder.

Si cuando llegue el final una sola persona derrama una lágrima o tira una rosa de despedida en agradecimiento porque una nota contribuyó a resolverle un problema, una demanda, a ser menos indiferente ante el dolor ajeno o a ser mejor ser humano, uno podría darse por satisfecho.

A la distancia, en estos agitados tiempos de redes sociales, tal vez sea saludable volver la mirada atrás y recordar cómo a pesar del avance que el linotipo representó en su momento –durante un siglo los periódicos más importantes en el mundo se hicieron con esta máquina--, su uso no dejaba de ser artesanal, lo que lo convertía en un sistema bellísimo. Por ejemplo, la constante caída de los moldes metálicos o matrices en el depósito llamado magazine, lingote tras lingote, producían un sonido casi musical como cuando caen las gotas de lluvia o lloran los ángeles.

Así, como quien construye pedazos de futuro que pronto se vuelven historia, se hacía el Tiempo en aquellos tiempos de represión en que gobernaba Chiapas el general Absalón Castellanos Domínguez y luego Patrocinio González Garrido.

Como testimonio imborrable de las injusticias que en esas épocas se cometían --como se cometen ahora-- en sus páginas se plasmaban día a día las denuncias de todo tipo, sobre todo las que ocurrían en los Altos de Chiapas, cuando ya frente a una máquina de escribir, había pasado de linotipista a periodista.

De esta forma los lectores conocieron el caso de las expulsiones de miles indígenas por supuestos motivos religiosos en el municipio de San Juan Chamula, donde a diario se violaban las más elementales garantías individuales argumentando la defensa de la cultura, para proteger férreos caciquismos locales en decadencia.

Se enteraron también del encarcelamiento del sacerdote Joel Padrón González, cercano colaborador del entonces obispo Samuel Ruiz García; de la marcha de la organización Xinich que en 1992 estuvo a punto de tumbar al poderoso gobernador Patrocinio González Garrido; de la destrucción de la estatua del símbolo de la opresión, el conquistador Diego de Mazariegos, fundador de la altiva San Cristóbal de Las Casas.

Y de igual forma supieron de los primeros enfrentamientos de mayo de 1993 entre el Ejército Mexicano y las fuerzas guerrilleras del hasta entonces desconocido EZLN que para sorpresa del mundo entero aparecería públicamente el primero de enero de 1994.

Entonces, el Tiempo, que desde sus páginas había dado voz a quienes no la tenían, también se dio a conocer al mundo y fiel a su acostumbrada hospitalidad, abrió sus puertas a todos y se convirtió en la casa de muchos de los que por una u otra razón llegaron a Chiapas, como años atrás lo había sido de varios de nosotros.

El tiempo no se ha detenido y seguimos gritando que vivan las comunidades indígenas zapatistas en resistencia que día a día tratan de construir su futuro, en medio del asedio oficial, y también exigiendo que se cumplan los acuerdos de San Andrés firmados el 16 de febrero de 1996, así como la aparición con vida de los 43 normalistas de Ayotzinapa.

En lo personal me da mucho gusto que el Programa Universitario de Estudios de la Diversidad Cultural y la Interculturalidad, de la UNAM, que dirige el maestro José del Val, haya rescatado los archivos del Tiempo porque son parte de la historia colectiva y propia a la vez.

Dos pilares de ese proyecto, Don Amado y Amalia se han adelantado y no nos acompañan físicamente. Sí, los seguimos llorando y extrañando, pero seguros estamos de que desde otra dimensión guían nuestro camino y nos piden seguir reflexionado acerca de cuál es nuestra función en este mundo cada vez más descompuesto e injusto, de dónde venimos, qué queremos y hacia dónde vamos.

La Foja Coleta, especie de nieta del Tiempo, se hace ahora mediante un sistema diferente y más sencillo, pero los talleres gráficos del Tiempo estarán siempre en nuestra memoria porque producto de ellos son de alguna forma los que siguen nuestros pasos: Sophia, Elio, Erick (+), Germann y Erica. FIN