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Los tiempos del Tiempo
Elio Henríquez
Parte I1
Sólo quienes han trabajado o tenido contacto directo con una imprenta o un taller gráfico saben que el olor a tinta es imborrable, que se mete en las venas y nos marca para toda la vida, para bien o para mal.

Huyendo de la guerra en El Salvador, el destino me llevó en la década de 1980 no a los Estados Unidos de indocumentado como era mi deseo inicialmente, sino a los talleres gráficos del periódico Tiempo en San Cristóbal de Las Casas, lo que marcó mi vida, pues trabajar en ese sitio fue una experiencia enriquecedora y formadora.

De imprentas sabía hasta entonces sólo que Gutenberg la había inventado y seguía soñando en mi frustrada vocación de futbolista profesional.

Al llegar me encontré con una máquina llamada linotipo, inventada cien años antes por el alemán Mergenthaler, que había revolucionado las artes gráficas, convirtiéndose en “una de las maravillas de los tiempos modernos”, según Thomas Alva Edison, pero que para entonces estaba por desaparecer.

El oficio de linotipista había sido muy importante y en su momento quienes se dedicaban a esta labor pertenecían a un selecto grupo, generalmente culto, que por lo regular acudían a trabajar en los grandes diarios del país con traje, sombrero y gabardina. A veces se daban el lujo de corregir los textos de algunos reporteros.

Con una de estas extraordinarias máquinas, poco conocidas ahora por las nuevas generaciones de las redes sociales, comenzó a hacerse en la década de 1980 el Tiempo, con lo que se dio un salto en la impresión del periódico, que hasta entonces se armaba con tipo movible, letra por letra, aunque en las grandes urbes ese sistema era ya obsoleto.

Fue en los talleres del Tiempo donde comencé a impregnarme de tinta las manos, el alma, la vida toda. Primero como compaginador, formador de planas colocando los lingotes de metal y clichés y luego como impresor.

Después pasé al linotipo en el que a diario transcribía las notas enviadas por los reporteros y colaboradores, que los lectores tendrían en sus manos el día siguiente. Copiar todo el material que conformaba el periódico resultó ser una escuela  invaluable para aprender o mejorar

la ortografía y la redacción.

De este modo, se alimentó la inquietud de ser reportero, de redactar las notas, de tener contacto con las fuentes de información, ya no sólo de transcribir las denuncias. Casi de manera inconsciente se fue develando la vocación por el periodismo y marcando el derrotero.

Fue así como en las noches de desvelo en los talleres del Tiempo, reflexionando acerca del “Viaje a Ítaca”, soñaba con que una grabadora y una pluma podrían sustituir a un balón o un trabajo como migrante en la casa misma del imperialismo estadounidense.

El contacto con un grupo de jóvenes e inquietos periodistas encabezados por Juan Balboa que llegó a Chiapas después de 1985 avivó los deseos de dar el salto de linotipista a periodista, lo que posteriormente abrió las posibilidades para la corresponsalía de La Jornada en San Cristóbal de Las Casas.

Ahora, como entonces lo aprendimos en el Tiempo, creo que el periodismo implica un indeclinable compromiso social y no sirve de mucho si no está al servicio de la sociedad, de quienes lo necesitan y de quienes no tienen voz para que las autoridades o quien sea atiendan sus demandas, sus necesidades, sobre todo los sectores más marginados; que sólo la denuncia pública puede hacer visibles a los invisibles y frenar de cierta forma los abusos del poder.

Si cuando llegue el final una sola persona derrama una lágrima o tira una rosa de despedida en agradecimiento porque una nota contribuyó a resolverle un problema, una demanda, a ser menos indiferente ante el dolor ajeno o a ser mejor ser humano, uno podría darse por satisfecho.

A la distancia, en estos agitados tiempos de redes sociales, tal vez sea saludable volver la mirada atrás y recordar cómo a pesar del avance que el linotipo representó en su momento –durante un siglo los periódicos más importantes en el mundo se hicieron con esta máquina–, su uso no dejaba de ser artesanal, lo que lo convertía en un sistema bellísimo. Por ejemplo, la constante caída de los moldes metálicos o matrices en el depósito llamado magazine, lingote tras lingote, producían un sonido casi musical como cuando caen las gotas de lluvia o lloran los ángeles.

Así, como quien construye pedazos de futuro que pronto se vuelven historia, se hacía el Tiempo en aquellos tiempos de represión en que gobernaba Chiapas el general Absalón Castellanos Domínguez y luego Patrocinio González Garrido.

Como testimonio imborrable de las injusticias que en esas épocas se cometían –como se cometen ahora– en sus páginas se plasmaban día a día las denuncias de todo tipo, sobre todo las que ocurrían en los Altos de Chiapas, cuando ya frente a una máquina de escribir, había pasado de linotipista a periodista.

De esta forma los lectores conocieron el caso de las expulsiones de miles indígenas
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por supuestos motivos religiosos en el municipio de San Juan Chamula, donde a diario se violaban las más elementales garantías individuales argumentando la defensa de la cultura, para proteger férreos caciquismos locales en decadencia.

Se enteraron también del encarcelamiento del sacerdote Joel Padrón González, cercano colaborador del entonces obispo Samuel Ruiz García; de la marcha de la organización Xinich que en 1992 estuvo a punto de tumbar al poderoso gobernador Patrocinio González Garrido; de la destrucción de la estatua del símbolo de la opresión, el conquistador Diego de Mazariegos, fundador de la altiva San Cristóbal de Las Casas.

organización Xinich que en 1992 estuvo a punto de tumbar al poderoso gobernador Patrocinio González Garrido; de la destrucción de la estatua del símbolo de la opresión, el conquistador Diego de Mazariegos, fundador de la altiva San Cristóbal de Las Casas.

Y de igual forma supieron de los primeros enfrentamientos de mayo de 1993 entre el Ejército Mexicano y las fuerzas guerrilleras del hasta entonces desconocido EZLN que para sorpresa del mundo entero aparecería públicamente el primero de enero de 1994.

Entonces, el Tiempo, que desde sus páginas había dado voz a quienes no la tenían, también se dio a conocer al mundo y fiel a su acostumbrada hospitalidad, abrió sus puertas a todos y se convirtió en la casa de muchos de los que por una u otra razón llegaron a Chiapas, como años atrás lo había sido de varios de nosotros.

El tiempo no se ha detenido y seguimos gritando que vivan las comunidades indígenas zapatistas en resistencia que día a día tratan de construir su futuro, en medio del asedio oficial, y también exigiendo que se cumplan los acuerdos de San Andrés firmados el 16 de febrero de 1996, así como la aparición con vida de los 43 normalistas de Ayotzinapa.

En lo personal me da mucho gusto que el Programa Universitario de Estudios de la Diversidad Cultural y la Interculturalidad, de la UNAM, que dirige el maestro José del Val, haya rescatado los archivos del Tiempo porque son parte de la historia colectiva y propia a la vez.

Dos pilares de ese proyecto, Don Amado y Amalia se han adelantado y no nos acompañan físicamente. Sí, los seguimos llorando y extrañando, pero seguros estamos de que desde otra dimensión guían nuestro camino y nos piden seguir reflexionado acerca de cuál es nuestra función en este mundo cada vez más descompuesto e injusto, de dónde venimos, qué queremos y hacia dónde vamos.

La Foja Coleta, especie de nieta del Tiempo, se hace ahora mediante un sistema diferente y más sencillo, pero los talleres gráficos del Tiempo estarán siempre en nuestra memoria porque producto de ellos son de alguna forma los que siguen nuestros pasos: Sophia, Elio, Erick (+), Germann y Erica. FIN.
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Parte II2


Quienes comenzamos a trabajar en el Tiempo hace ya más de tres décadas, hemos vivido una especie de transición en los medios de comunicación. Este cambio no ha sido sólo en la parte técnica de la elaboración de los periódicos sino en el contenido de la información en general.

Al hablar de los tiempos del Tiempo, nos remontamos a los tipos movibles, a los grabado, al linotipo y la prensa plana, a las máquinas de escribir y a los faxes, que ahora son obsoletos.

En esa época, no muy lejana por cierto, el periódico se elaboraba de manera casi artesanal, con el imborrable olor a tinta siempre en el corazón, en el alma, pero también con sensibilidad para dar voz pública a quienes no la tenían.

En ese entonces, los grupos que no encontraban la forma de ser escuchados hallaron en el Tiempo los espacios necesarios para sus reclamos, denuncias y exigencias.

En lo técnico se dio indudablemente un salto importante, pues con la tecnología se acortaron los tiempos, sobre todo para la elaboración de los periódicos y se mejoró la calidad, aunque podría decirse que las demandas de los grupos marginados, siguen siendo las mismas.

Ahora, casi de la noche a la mañana, nos encontramos navegando en las redes sociales que han venido a revolucionar la forma y los tiempos para transmitir la información.

La apertura de espacios críticos en diversos medios de comunicación tradicionales, sin embargo, no sólo no ha corrido al parejo con los avances tecnológicos de la época sino que se ha profundizado la censura, mediante el control oficial, encubierto a través de la compra de publicidad.

El gobierno disfraza ahora la represión para acotar la libertad de prensa presionando a los dueños de los medios de comunicación convencionales, como ha ocurrido recientemente con algunos concesionarios de estaciones de radio.

Hoy en día pareciera que el periodismo profesional está en una etapa de crisis por la irrupción de las redes sociales, pero pienso que no es así. Se trata de aspectos diversos. Los que corren algún riesgo o padecen crisis en todo caso son los medios impresos, aunque tampoco es inminente su desaparición, pues además tienen ya sus portales en internet, a  veces más leídos,  desde donde pueden seguir cobrando
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la publicidad. Por lo demás, probablemente las redes sociales pronto dejarán de ser lo que son y vendrá algo nuevo, con la misma velocidad con la que corren nuevos tiempos tecnológicos.

Si bien es cierto que las redes sociales han contribuido a hacer más visible el control oficial sobre la mayoría de medios convencionales, también lo es el hecho de que no son una amenaza para el periodismo que maneja de forma profesional la información. Es decir, un aficionado a la medicina, a la ingeniería o un güisachero, por ejemplo, no pueden sustituir a un médico, a un ingeniero o a un abogado profesional, quienes estudian una carrera de años, por más conocimientos y vocación que tengan, salvo contadas y honrosas excepciones.

La diferencia entre un periodista y alguien que sube información a las redes sociales como el Facebook o el Twitter, es mucha aunque a veces imperceptible, y está, en teoría, en el conocimiento de los métodos profesionales, en el manejo de la información y en el rigor de sus fuentes.

Lo que los distingue es el proceso de verificación de la información porque lo que aparece en un medio de prensa importante –impreso o digital– pasa por varios filtros y controles internos, por más manipulada que sea, mientras que en las redes se publica información de bote pronto, indiscriminadamente, sin control alguno. Un rumor puede darse por hecho consumado sin mayor análisis que el número de retwitts o porque se convierte rápidamente en hashtag.

Es por eso que por lo general, aunque con menor rapidez, mientras una nota no se publique en un medio impreso importante o uno de los periódicos en portales de internet, no tiene la credibilidad ni la repercusión que en las redes sociales. Lo que sí ha evolucionado es el alcance de la difusión que una nota puede tener a través de las redes sociales, pues ahora llega a sitios insospechados y puede ser leída por muchísimas más personas.

Uno de los grandes retos para el periodismo actual es saber cómo aprovechar la información que ahora aparece en las redes sociales para mejorar el contenido del material informativo; cómo realizar investigación a fondo, para identificar fuentes confiables y cómo encontrar la forma de abrir los espacios críticos en los medios tradicionales para ponerlos al servicio de la sociedad, no del poder.

Es bien sabido que una apertura social conlleva necesariamente una transformación de la vida pública en el país. Desgraciadamente hemos llegado a un punto en que se han cerrado los espacios democráticos; es nula la participación ciudadana e inclusive se debate si se debe acudir a votar, porque sólo acceden a los cargos por la vía electoral los elegidos por quienes detentan el poder, por lo que pareciera que la única salida es la revuelta social o un nuevo constituyente o ambos a la vez.

Pero más allá de estas consideraciones, que podrían requerir discusiones más detalladas, me interesa reiterar que para un periodista, que se precie de serlo no hay mayor satisfacción personal que saber que al escribir  una nota ha contribuido a
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solucionar un problema o una demanda, individual o comunitaria, sobre todo si la víctima es alguien que no dispone de otro medio para que sea escuchada su voz.

Muchas veces la única esperanza de personas o grupos –de un preso injustamente encarcelado, de una mujer maltratada, de una comunidad ignorada, por ejemplo– es la honestidad de un periodista que publique una nota para que se atiendan sus reclamos, sus exigencias, sus necesidades.

Es cierto, muchas veces el periodista se topa con una denuncia en contra del virrey en turno y dice: “!Chin, ahora qué hago, no me la van a publicar!”. Entonces, tiene que utilizar su oficio periodístico para matizarla con el fin de que se publique sin perder su esencia para no matar la única esperanza del denunciante.

Este es el periodismo con el que aprendí a ser periodista, es la escuela del periódico Tiempo, que hoy se presenta compilado. Es el tipo de trabajo que pretendo realizar día con día cuando después de entrevistar a una persona me enfrento a la hoja en blanco y a la premura para enviar la nota.

Para mí, el periodismo está asociado al papel, a la tinta, al ejemplar que disfrutamos leer impreso con el avance de hoja tras hoja. Sin embargo, en lo familiar estamos viviendo una etapa en la que tal vez en el fondo, preferiríamos no darle vuelta a página, pues dos pilares del proyecto Tiempo, Don Amado y Amalia, ya no nos acompañan físicamente, aunque sabemos que espiritualmente están en todas partes siempre empujándonos para que sigamos adelante porque tenemos un indeclinable compromiso de estar del lado de quienes, como las comunidades en resistencia, buscan un mundo mejor; del lado de los que sufren, de los que todavía no tienen voz.

Sin duda, nos duele su ausencia, pero también nos reconfortan el respaldo social, el abrazo, la dulce y tierna sonrisa que a veces nos regresa algunos pedazos del alma rota, y por supuesto la compañía de ustedes que asisten a este acto hoy y nos han brindado solidaridad y apoyo. FIN.



Referencias

1 Texto leído durante el acto de Presentación al público de la recuperación y la catalogación de los acervos hemerográficos: Hoy, Tiempo y La Foja Coleta de San Cristóbal, el viernes 6 de febrero de 2015.

2 Texto leído durante el acto de Presentación al público de la recuperación y la catalogación de los acervos hemerográficos: Hoy, Tiempo y La Foja Coleta de San Cristóbal, el 7 de abril de 2015 en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas.
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Para citar este artículo:

Henríquez, Elio (2015). Los tiempos del Tiempo. Parte I. En: Presentación al público de la recuperación y la catalogación de los acervos hemerográficos: Hoy, Tiempo y La Foja Coleta de San Cristóbal (1º, 2015, México, Distrito Federal). Recuperado el [fecha de consulta] de http://www.nacionmulticultural.unam.mx/portal/cultura_politica/elio_henriquez_20150512.html



Para citar este artículo:

Henríquez, Elio (2015). Los tiempos del Tiempo. Parte II. En: Presentación al público de la recuperación y la catalogación de los acervos hemerográficos: Hoy, Tiempo y La Foja Coleta de San Cristóbal (2º, 2015, México, Chiapas, San Cristóbal de Las Casas). Recuperado el [fecha de consulta] de http://www.nacionmulticultural.unam.mx/portal/cultura_politica/elio_henriquez_20150512.html
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