Quienes comenzamos a trabajar en el Tiempo hace ya más de tres décadas, hemos vivido una especie de transición en los medios de comunicación. Este cambio no ha sido sólo en la parte técnica de la elaboración de los periódicos sino en el contenido de la información en general.
Al hablar de los tiempos del Tiempo, nos remontamos a los tipos movibles, a los grabado, al linotipo y la prensa plana, a las máquinas de escribir y a los faxes, que ahora son obsoletos.
En esa época, no muy lejana por cierto, el periódico se elaboraba de manera casi artesanal, con el imborrable olor a tinta siempre en el corazón, en el alma, pero también con sensibilidad para dar voz pública a quienes no la tenían.
En ese entonces, los grupos que no encontraban la forma de ser escuchados hallaron en el Tiempo los espacios necesarios para sus reclamos, denuncias y exigencias.
En lo técnico se dio indudablemente un salto importante, pues con la tecnología se acortaron los tiempos, sobre todo para la elaboración de los periódicos y se mejoró la calidad, aunque podría decirse que las demandas de los grupos marginados, siguen siendo las mismas.
Ahora, casi de la noche a la mañana, nos encontramos navegando en las redes sociales que han venido a revolucionar la forma y los tiempos para transmitir la información.
La apertura de espacios críticos en diversos medios de comunicación tradicionales, sin embargo, no sólo no ha corrido al parejo con los avances tecnológicos de la época sino que se ha profundizado la censura, mediante el control oficial, encubierto a través de la compra de publicidad.
El gobierno disfraza ahora la represión para acotar la libertad de prensa presionando a los dueños de los medios de comunicación convencionales, como ha ocurrido recientemente con algunos concesionarios de estaciones de radio.
Hoy en día pareciera que el periodismo profesional está en una etapa de crisis por la irrupción de las redes sociales, pero pienso que no es así. Se trata de aspectos diversos. Los que corren algún riesgo o padecen crisis en todo caso son los medios impresos, aunque tampoco es inminente su desaparición, pues además tienen ya sus portales en internet, a veces más leídos, desde donde pueden seguir cobrando la publicidad. Por lo demás, probablemente las redes sociales pronto dejarán de ser lo que son y vendrá algo nuevo, con la misma velocidad con la que corren nuevos tiempos tecnológicos.
Si bien es cierto que las redes sociales han contribuido a hacer más visible
el control oficial sobre la mayoría de medios convencionales, también lo es el hecho de que no son una amenaza para el periodismo que maneja de forma profesional la información. Es decir, un aficionado a la medicina, a la ingeniería o un güisachero, por ejemplo, no pueden sustituir a un médico, a un ingeniero o a un abogado profesional, quienes estudian una carrera de años, por más conocimientos y vocación que tengan, salvo contadas y honrosas excepciones.
La diferencia entre un periodista y alguien que sube información a las redes sociales como el Facebook o el Twitter, es mucha aunque a veces imperceptible, y está, en teoría, en el conocimiento de los métodos profesionales, en el manejo de la información y en el rigor de sus fuentes.
Lo que los distingue es el proceso de verificación de la información porque lo que aparece en un medio de prensa importante –impreso o digital– pasa por varios filtros y controles internos, por más manipulada que sea, mientras que en las redes se publica información de bote pronto, indiscriminadamente, sin control alguno. Un rumor puede darse por hecho consumado sin mayor análisis que el número de retwitts o porque se convierte rápidamente en hashtag.
Es por eso que por lo general, aunque con menor rapidez, mientras una nota no se publique en un medio impreso importante o uno de los periódicos en portales de internet, no tiene la credibilidad ni la repercusión que en las redes sociales. Lo que sí ha evolucionado es el alcance de la difusión que una nota puede tener a través de las redes sociales, pues ahora llega a sitios insospechados y puede ser leída por muchísimas más personas.
Uno de los grandes retos para el periodismo actual es saber cómo aprovechar la información que ahora aparece en las redes sociales para mejorar el contenido del material informativo; cómo realizar investigación a fondo, para identificar fuentes confiables y cómo encontrar la forma de abrir los espacios críticos en los medios tradicionales para ponerlos al servicio de la sociedad, no del poder.
Es bien sabido que una apertura social conlleva necesariamente una transformación de la vida pública en el país. Desgraciadamente hemos llegado a un punto en que se han cerrado los espacios democráticos; es nula la participación ciudadana e inclusive se debate si se debe acudir a votar, porque sólo acceden a los cargos por la vía electoral los elegidos por quienes detentan el poder, por lo que pareciera que la única salida es la revuelta social o un nuevo constituyente o ambos a la vez.
Pero más allá de estas consideraciones, que podrían requerir discusiones más detalladas, me interesa reiterar que para un periodista, que se precie de serlo no hay mayor satisfacción personal que saber que al escribir una nota ha contribuido a solucionar un problema o una demanda, individual o comunitaria, sobre todo si la víctima es alguien que no dispone de otro medio para que sea escuchada su voz.
Muchas veces la única esperanza de personas o grupos –de un preso injustamente encarcelado, de una mujer maltratada, de una comunidad ignorada, por ejemplo– es la honestidad de un periodista que publique una nota para que se atiendan sus reclamos, sus exigencias, sus necesidades.
Es cierto, muchas veces el periodista se topa con una denuncia en contra del virrey en turno y dice: “!Chin, ahora qué hago, no me la van a publicar!”. Entonces, tiene que utilizar su oficio periodístico para matizarla con el fin de que se publique sin perder su esencia para no matar la única esperanza del denunciante.
Este es el periodismo con el que aprendí a ser periodista, es la escuela del periódico Tiempo, que hoy se presenta compilado. Es el tipo de trabajo que pretendo realizar día con día cuando después de entrevistar a una persona me enfrento a la hoja en blanco y a la premura para enviar la nota.
Para mí, el periodismo está asociado al papel, a la tinta, al ejemplar que disfrutamos leer impreso con el avance de hoja tras hoja. Sin embargo, en lo familiar estamos viviendo una etapa en la que tal vez en el fondo, preferiríamos no darle vuelta a página, pues dos pilares del proyecto Tiempo, Don Amado y Amalia, ya no nos acompañan físicamente, aunque sabemos que espiritualmente están en todas partes siempre empujándonos para que sigamos adelante porque tenemos un indeclinable compromiso de estar del lado de quienes, como las comunidades en resistencia, buscan un mundo mejor; del lado de los que sufren, de los que todavía no tienen voz.
Sin duda, nos duele su ausencia, pero también nos reconfortan el respaldo social, el abrazo, la dulce y tierna sonrisa que a veces nos regresa algunos pedazos del alma rota, y por supuesto la compañía de ustedes que asisten a este acto hoy y nos han brindado solidaridad y apoyo. fin.
1 Texto leído durante el acto de Presentación al público de la recuperación y la catalogación de los acervos hemerográficos: Hoy, Tiempo y La Foja Coleta de San Cristóbal, el 7 de abril de 2015 en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas.
Henríquez, Elio (2015). Los tiempos del Tiempo. Parte ii. En: Presentación al público de la recuperación y la catalogación de los acervos hemerográficos: Hoy, Tiempo y La Foja Coleta de San Cristóbal (2º, 2015, México, Chiapas, San Cristóbal de Las Casas). Recuperado el [fecha de consulta] de https://www.nacionmulticultural.unam.mx/secciones/devenir-PIAPI/Elio-Henriquez-20150407.html